viernes, 29 de diciembre de 2017

EVELYNE

Besé por primera vez su boca, áspera por el anís seco. De eso me acuerdo. Pero no de los escarceos previos en que yo, probablemente, habría puesto cara de tonto. La habitación amarilleaba por el reflejo de los focos de catedral, cuando desperté. Evelyne se levantó entonces, se abrochó dos botones de la camisa y se echó el pelo hacia atrás. Creí que se tomaba un tiempo antes de hablar, pero luego he sabido que ese es un gesto inequívocamente seductor. Quizá, pero el sueño me tenía confundido.
        -Nos hemos quedado solos -dije, por decir algo, señalando el desorden del salón. No debería haber abierto la boca.
           -Sí, quería que habláramos tranquilamente. Han actuado como les pedí.
Así que no se había tratado de un mero revolcón, o lo que hubiera sido. Tuve un ligero sobresalto. No me importaba que fuese a pedirme algo, dinero para un proyecto, una recomendación de trabajo o que estuviera dispuesta a erigirse en intermediaria entre mi hija y yo. "Tenemos que hablar", en boca de una mujer, por muy joven que sea, inquieta, siempre me inquieta y no augura nada estable.
           -Te ocurre algo?
           Nada. Al silencio siguió el silencio. Y con el silencio las horas, entreveradas por incursiones al giradiscos, ojeadas a la torre catedralicia desde el balcón, fugaces como lo que tarda en consumirse un cigarrillo. Y, luego, propósitos banales, bromas para ir rompiendo el hielo. Pequeñas confidencias y la jaqueca acechante. De pronto, casi agotada la madrugada, Evelyne alternó con precisión lágrimas y una revelación demoledora. Cuando terminó, cerró los ojos y se durmió otra vez en el sofá. Acudí a socorrerla con una manta y partí en busca de dos aspirinas.
          "Qué cerdo puede romper así la vida de una chiquilla", pensé tumbado por el alcohol. La corriente en mi cabeza se hizo circular, y más rápida, casi vertiginosa. En ella flotaban a la deriva cuerpos entrelazados, muecas de la chica, sátiros ocultos tras las columnas, manos nerviosas y botellas vacías. Se percibía, yo percibía un zumbido persistente y molesto. Desperté. Eran más de las once de la mañana. Evelyne había desaparecido. Cuando abrí el portón de la calle comprobé que hacía frío. Y llovía. 
          




DON DE LENGUAS
Todos sabiamos que era un tipo cultísimo. Y temible si alguno de nosotros osaba llevarle la contraria. Le bastaban veinte minutos de cada clase para sustanciar un periodo de la Historia del Derecho. Ni una palabra, ni un dato que sobrara. El arte de la concisión. Para más detalles ya tienen ustedes mi libro. Dedicaba el resto del tiempo a hablarnos de su vida, de la vida. De cuando el jefe de una tribu de Gabón, en agradecimiento a servicios que no nos quedaron nunca claros, le regaló su hija. Alguno, atrevido, expresó en voz alta el escepticismo que sentíamos todos ante aquellas historias turbadoras y fascinantes. Pero él no se inmutó, recorrió lentamente la tarima del estrado y confesó, con aire de superioridad, que jamás nos mentiría y que prueba de ello era que hablaba correctamente benga, amén de todas las lenguas de las naciones civilizadas. Nuestro interés cedió en ese instante, al oír aquella afirmación, propia de un fatuo.
Pero, pocos días más tarde -no me equivoco porque se lo comenté excitado a Marta nada más salir de clase-, al oír "euskadi ta askatasuna", dicho casi como un susurro al fondo del paraninfo, se quitó la chaqueta, dominó con la mirada a los cien pares de ojos puestos en él y bramó mientras se remangaba las mangas de la camisa: –España ha costado mucha sangre, mucha más de la que imaginarse puedan. A mis clases no permito que asista ningún miembro de la Brigada Politico-Social, de modo que nada tiene que temer el cabrón que lo haya dicho salvo vérselas conmigo, en mi despacho, a puñetazo limpio–. Y habló durante cuarenta largos minutos en euskera. A partir de entonces, dejamos de dudar para siempre de lo que nos contaba.
Años después me dijeron que lo habían encontrado muerto en un sillón de su casa. Al parecer, la policía abatió al perro. Le estaba devorando uno de sus pies. En su regazo, reposaban las " Instituciones Históricas del Derecho Español". No me atrevo a sacar el libro del anaquel que ocupa en mi biblioteca. En la página quinta rezaba, " A mi perro Tobi, la única persona que me ha comprendido".
PADRE NUESTRO QUE ESTÁS…
Azaira desvió la mirada. Los focos de las zodiac y las luces azules intermitentes se hundían como cuchillos en sus ojos. Se tapó los oídos, Ahmed gritaba gesticulando.Y Rashid. Y los demás. Pero le dolía la voz de Ahmed y sus brazos abiertos. La barca empezó a bambolearse. Azaira tragó una bocanada de espuma salada y, con ella, de nuevo la hiel que sintió el día que crucificaron a su hermano. Los militares se acercaban con un my usaban megáfonos para sobreponerse a la algarabía. Fue entonces cuando osó a mirar a Ahmed. No lo había hecho desde lo del muelle. Apartaba a codazos a quienes querían ponerse a salvo. Cuando le tocó el turno a él y acercaba su mano a la del marino italiano, Azaira musitó la oración de las oraciones: “Abun dbašmayo, Nethqadaš šmokh, Tithe malkuthokh…” mientras agarraba con fuerza los pies del hombre, que trastabilló, resbalando hacia las negruras de las aguas.
Desde la cubierta del guardacostas divisaba las luces verde y roja de la bocana del puerta y, tras ellas, al fondo, las de la ciudad, con un abeto luminoso gigante y unas palabras incomprensibles para ella “BUON NATALE”