lunes, 3 de julio de 2017

LA ESCALERA
-Me encanta este país. El día menos pensado lo vendo todo allí, compro un pequeño viñedo y termino mis días mirando el mar.
-Sal de la autopista en la próxima salida – fue lo que me respondió. Él era así.
Hice lo que me pidió. Pronto, tuve que integrarme en una procesión de camionetas y furgones de una lentitud exasperante. Atravesamos aldeas descuidadas, tabernas con tres sillas y dos meses a la entrada, gasolineras vacías. El bosque, de una belleza fugaz e insultante en la vía rápida, era a los dos lados de la carretera un basurero de papeles, latas y plásticos. Entrevistos entre los árboles, asientos de coche desguazados esperaban a los clientes de mujeres sentadas en sillas de plástico blanco en el arcén.
- ¿Has visto eso? – me preguntó mi amigo, aterrado.
Asentí, pero mantuve mi silencio. En ese momento, se produjo el atasco. Miré por el retrovisor. El tipo se quitaba los guantes y miraba con ojos de chacal hacia nuestro coche. Con parsimonia se introdujo en el suyo, un Ford Capri de 1980, creo. No respetó la cola y se acercaba peligrosamente por la cuneta cuando un policía apareció regulando el tráfico. Se limitó a echarle una bronca, pero eso lo atemperó. Mi amigo es de natural pusilánime de modo que no le comenté nada. Demasiado tenía con asimilar lo que nos había parecido apercibir. Varios kilómetros más adelante, todo se despejó y pude jugarme el tipo en las curvas. De vez en cuando asomaba el morro tras alguna de ellas el Capri. Pude ver la cara del tipo al franquear el peaje de la autopista. Una cicatriz le atravesaba el rostro, y llevaba gafas de sol con cristales de espejo. Yo sabía que el motor de su coche no aguantaría la potencia del motor del mío. Pronto lo perdimos de vista y no había rastro de él cuando atravesamos la frontera..
No había nadie en mi casa. Por primera vez, he escuchado como un conejo en su madriguera los crujidos de las vigas de hormigón, el lento gotear del grifo del lavabo, y las sacudidas del viento en las contraventanas. He oído un ruido más inusual aún. Al pie de la escalera. Pero no me atrevo a pisar los escalones. Me tiemblan las piernas en la madrugada.