lunes, 30 de julio de 2018

Los dioses de Miguel Veyrat


LOS DIOSES DE MIGUEL VEYRAT

         Soy consciente de la gran y continuada evolución de la poesía de Miguel Veyrat, pero el lector a veces se deja poseer por un libro. Por su Pasaje de la Noche (Ed. Barataria, 2014) pululan los dioses. Veyrat sabe que no tienen la entidad suficiente y, aunque sentirá sus golpes airados, sabe contemporizar con sus caprichos. El poeta es un hombre “arrebatado a los dioses en su apariencia de albores”. Porque es el hombre quien los crea, trasunto de su angustia y las pasiones destinadas al fracaso de la muerte. La poesía como arma con la que domeñar a esas divinidades de quita y pon, “el poema es ahora el templo de los que se fueron”. Y el poeta  Sumo Sacerdote “con el día como único destino”. En la sombra del santuario se esconde Eros, y Hades no es reconocido.

      “Los dioses son muy cobardes/y nos envidian el vértigo del miedo, del azar,/Y en la vida (…) nos persiguen como crepúsculo/obsesivo”. Esos seres, hechos a imagen y semejanza de nuestras incapacidades y pasiones —cuando debería ser al revés— no resisten el desafío del poeta, que los fija y domeña con sus versos. Pero, para ello, el domador debe pagar un precio: retirarse, “vivo fuera de la polis y/de lo escrito/de la piedra sobre piedra”. Aún entre los críticos hay quien confunde  al escritor y al poeta. Veyrat está en el mundo, se aferra a la vida y ama la plática serena, cada día se asoma al universo virtual y pareciera que no se oculta jamás. Pero en estos versos deja meridianamente claro que necesita ser bárbaro, meteco, forastero para lidiar con los dioses y los hombres y mujeres de la mitología, llevarlos al centro del ruedo y evitar sus envites, domesticándolos. No es fácil la tarea pues le acecha el cansancio y la Duda de todo creador, convertido en un oráculo del Eclesiastés “¿Para qué crear? Esa locura/ abocada al fracaso/sin fin de atrapar/lo inasible o fingida apuesta/que confunde las fuentes de luz/con aquello que iluminan”. Es una desesperación momentánea. Asemeja pálidamente al “Eli, Eli, ¿lama sabactani?” en el momento supremo de la redención. Porque en el mismo poema en que describe la locura de crear encuentra su finalidad, su razón “en el ansia de acabar con la/nada poniendo en pie/un poema”. Veyrat aspira a hacer solubles todos los mitos, porque son expresiones de la nada.

      Apolo es pérfido, el bello Apolo, como los demás dioses y seres mitológicos tienen otra lectura.  Y el poeta acepta “vivir por ahora/en el mundo real de abajo ahí/ donde azota la soledad el dolor el crimen/la traición como en olas”. Y en ahí también habita el amor, fugaz casi siempre en Veyrat. Pero con ansias de permanencia. El escritor Veyrat no cree en ningún dios, pero nombra varias veces al Único, unas veces para cantar que lo hemos abandonado y otras para lamentarlo. Existe una salvaje tensión entre la muerte sin esperanza y el amor, el deseo de permanencia. “Nunca amor nos traen los dioses (…) El amor que ya está a buen recaudo entre nosotros/y aguarda su reparto injusto”. No hay contradicción en este pasaje de la noche tan personal, pero sí preguntas. Y, aunque quizá no sea la intención de Miguel Veyrat el escritor pero sí del poeta, las respuestas están llenas de luz. “Si hacia la nada viajamos/Qué hará amor en el camino/ tropezándose con piedras/como placer y dolor? (…)Déjame volver como un cometa/puro emisario de la Aurora”. El amor es un arma tan poderosa como la poesía frente a la impostura perniciosa de los dioses “Si lo que tú llamas dios/fuera lo subjetivo murió al fin/con nosotros pero no los poemas las imágenes/el dolor la capacidad de amar/y darte. (…) Lo efímero/ recupera la dignidad perdida en brazos del Único”.

     Ya los dioses atrapados en el canto homérico, en el poema, queda el punto final, “él sabe que no hay vida más allá de la muerte” dice Veyrat en el poema final, pero no lo afirma el yo poético. Para este “parece el cielo entonces/un vaso con la inocente carne diluida donde dos seres se amaron un instante”.

lunes, 23 de julio de 2018

Las bienaventuranzas de Hilario Barrero

LAS BIENAVENTURANZAS DE HILARIO BARRERO

La portentosa antología de Hilario Barrero "Educación Nocturna" (Editorial Renacimiento) obliga al lector, de poema en poema, a tomar aliento en cada uno, como escalones, antes de proseguir. Es una poesía dura por la sencillez de sus palabras. en un español que recurre a las metáforas justas y huye del artificio. Engarce trabajado hasta el límite de la claridad. La Muerte está presente en todo el libro y, sin embargo no abruma. Hilario expresa la conciencia herida del sida y su paisaje devastado (la guerra lo llama él), enumera sin nombrarlos, a los amigos, a los soldados desconocidos reducidos a espectros "Salieron a la vida a enterrar sus muertos:/Ayer torsos solicitados y triunfantes,/Desfigurados y agonizantes esqueletos hoy". Ignoro si el poeta cree en la transformación tras la muerte. de hecho ella en el libro es el punto final. Pero la entronca tanto con el Amor, expresado en el gozo de los cuerpos que, a diferencia de Cernuda, este lector no percibe un ruido triste cuando se aman. Ni tan siquiera cuando ese rumor amoroso se diviosa desde la perspectiva de la vejez y de la decadencia "Todavía se aman a pesar de la plaga/Y encuentran en la noche sus torsos(…)/Sabiendo que la noche los acecha celosa".
El Amor y la Muerte, las dos caras de la misma moneda, tema universal visto con ojos de un contemporáneo, con la fuerza rabiosa de la vida descubierta a fuerza de golpes y viaje. "El dolor de entonces es la felicidad de ahora" se decía en la película Tierras de Penumbra, y así lo asume Hilario. El Amor siempre acechado por el final inevitable. Como aquellos dos personajes, el poeta ama la vida, se la quiere tragar a sorbos, por mucho que el límite se presuma y, en mi opinión, es eso lo que lo hace moderno, ajeno al trasnochado existencialismo y a los terrores del milenio. La muerte como consecuencia de haber vivido "Dónde irá, se preguntan, el temblor de la luz/Cuando(…) no tiemblen al roce de una boca (…)/El rumor de las hojas extiende el miedo al atentado" . Y la muerte, polvo siempre enamorado, se transforma en crecimiento"Supo que lo vivido había sido un sueño/Ciego y sin voz (…) se despertó dormido"
(...)Pero su cuerpo en polvo se crece. Barrero baja a la calle y se enfrenta al Atentado, a las miradas lascivas en el metro, a la pasión de cuerpos entrelazados en la Plaza de San Marcos, a la inconsciencia de la juventud que se libra, al fin, de sus fantasmas entre canales y rios de amor. Es un libro que no soslaya la Muerte, pero nunca se recrea en ella. Sabe que está ahí, y avisa a los otros, a quienes disfrutan hoy, ahora mismo de la juventud, no sé si con esperanza de ser oído, "Los cuerpos que ofrecieron su belleza/

Han desparecido fulminados(…)/O muertos de cansancio y de vejez más tarde". A veces esconde su angustia tras la certeza y la admonición, aceptando la Muerte como lo hacía los escritores altomedievales frente al terror insuperable tras el paso de la Peste Negra por Europa "Aunque yo no lo vea y tú lo dudes/Esa hoguera de brasa luminosa/Será ceniza seca y sin perfume".En estos versos el poeta vive. Es incapaz de ver más allá, pero sabe que llegará el momento en que sus ojos no vean, cerrados para siempre.. Sus "Bienaventuranzas" son oscuras, sí. "Salimos con vida/y volvimos sin ella. Regresamos sin tener donde ir." Vence la Muerte en Barrero. O vencerá, pero, de momento "Llevan prisa, se pierden calle abajo(...)/Uno de ellos se inclina para rozar la boca que carnosa/le ofrece provocante y semiabierta el compañero/que le muerde los labios, ruidoso e insolente. Vamos detrás de ellos, treinta años de tiempo,/ sus llamas alargadas tocando nuestras sombras/y sin decirte nada, rozándote la mano (se ha perdido de vista la pareja/y nosotros seguimos caminando".