viernes, 29 de diciembre de 2017

DON DE LENGUAS
Todos sabiamos que era un tipo cultísimo. Y temible si alguno de nosotros osaba llevarle la contraria. Le bastaban veinte minutos de cada clase para sustanciar un periodo de la Historia del Derecho. Ni una palabra, ni un dato que sobrara. El arte de la concisión. Para más detalles ya tienen ustedes mi libro. Dedicaba el resto del tiempo a hablarnos de su vida, de la vida. De cuando el jefe de una tribu de Gabón, en agradecimiento a servicios que no nos quedaron nunca claros, le regaló su hija. Alguno, atrevido, expresó en voz alta el escepticismo que sentíamos todos ante aquellas historias turbadoras y fascinantes. Pero él no se inmutó, recorrió lentamente la tarima del estrado y confesó, con aire de superioridad, que jamás nos mentiría y que prueba de ello era que hablaba correctamente benga, amén de todas las lenguas de las naciones civilizadas. Nuestro interés cedió en ese instante, al oír aquella afirmación, propia de un fatuo.
Pero, pocos días más tarde -no me equivoco porque se lo comenté excitado a Marta nada más salir de clase-, al oír "euskadi ta askatasuna", dicho casi como un susurro al fondo del paraninfo, se quitó la chaqueta, dominó con la mirada a los cien pares de ojos puestos en él y bramó mientras se remangaba las mangas de la camisa: –España ha costado mucha sangre, mucha más de la que imaginarse puedan. A mis clases no permito que asista ningún miembro de la Brigada Politico-Social, de modo que nada tiene que temer el cabrón que lo haya dicho salvo vérselas conmigo, en mi despacho, a puñetazo limpio–. Y habló durante cuarenta largos minutos en euskera. A partir de entonces, dejamos de dudar para siempre de lo que nos contaba.
Años después me dijeron que lo habían encontrado muerto en un sillón de su casa. Al parecer, la policía abatió al perro. Le estaba devorando uno de sus pies. En su regazo, reposaban las " Instituciones Históricas del Derecho Español". No me atrevo a sacar el libro del anaquel que ocupa en mi biblioteca. En la página quinta rezaba, " A mi perro Tobi, la única persona que me ha comprendido".

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