viernes, 29 de diciembre de 2017

PADRE NUESTRO QUE ESTÁS…
Azaira desvió la mirada. Los focos de las zodiac y las luces azules intermitentes se hundían como cuchillos en sus ojos. Se tapó los oídos, Ahmed gritaba gesticulando.Y Rashid. Y los demás. Pero le dolía la voz de Ahmed y sus brazos abiertos. La barca empezó a bambolearse. Azaira tragó una bocanada de espuma salada y, con ella, de nuevo la hiel que sintió el día que crucificaron a su hermano. Los militares se acercaban con un my usaban megáfonos para sobreponerse a la algarabía. Fue entonces cuando osó a mirar a Ahmed. No lo había hecho desde lo del muelle. Apartaba a codazos a quienes querían ponerse a salvo. Cuando le tocó el turno a él y acercaba su mano a la del marino italiano, Azaira musitó la oración de las oraciones: “Abun dbašmayo, Nethqadaš šmokh, Tithe malkuthokh…” mientras agarraba con fuerza los pies del hombre, que trastabilló, resbalando hacia las negruras de las aguas.
Desde la cubierta del guardacostas divisaba las luces verde y roja de la bocana del puerta y, tras ellas, al fondo, las de la ciudad, con un abeto luminoso gigante y unas palabras incomprensibles para ella “BUON NATALE”

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