Hector International Dakota North Airport. International
Flights. Gate 277.
Había
algo extraño. No había cabinas de control de pasaportes. Sin embargo se trataba
de un vuelo internacional que me devolvería a casa con una escala en San Petersburgo. Me
interné por el pasillo cerciorándome en cada panel que iba por el
camino correcto. Cada vez hacen los aeropuertos más laberínticos e imprevisibles, y por eso había
llegado con tiempo, pero no sirvió de mucho. Cómo imaginar siquiera que
acabaría exhausto tirando de mi maleta hacia una puerta que no llegaba nunca. Me
crucé con muchos pasajeros que marchaban en sentido contrario, algunos con
rostros expectantes, los más, con la premura por salir al aire libre. El ruido
de su equipaje rodando rebotaba en las paredes. Me molestó, pero no más que el
silencio que siguió al desaparecer el último de ellos.
Me detuve. La respiración descompensada rivalizaba con los
latidos de mi corazón. Me atraganté con mi propia mucosidad y las ansias por respirar
se convirtieron en espasmos. Oí mi nombre por los altavoces -last call for...-. Miré la esfera de
mi reloj; quedaban dos minutos para el cierre del vuelo y me repuse a duras
penas. Comprendí entonces que no habría avión ni regreso posibles. Apoyado contra
la pared pagaba el precio de no haber seguido los caminos trillados; en
realidad,
de haberme puesto ponerme estupendo. Todos me advirtieron: qué hacía yo en Fargo la
primera vez que visitaba aquel país. Puesto a dar razones, creo recordar maldiciéndome, que había
mencionado a los hermanos Coen frente a la sumisión papanatas del turista a Nueva York. Y yo era un tipo especial. Tanto que estaba perdido
en el pasillo solitario de un aeropuerto y nadie se ocupaba de mí.
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