lunes, 13 de junio de 2016

DESAYUNO EN PAZ
No se miraban nunca, una vez que las tostadas, la mermelada, la miel, la mantequilla y el café, con su jarrita de leche al lado, ocupaban la mesa del comedor. Fue una imposición de él que estaba cansado de sufrir los accesos de mal humor matinal de su mujer cada vez que le preguntaba algo o sacaba un tema trivial de conversación. En realidad, la norma había sido acatada tan rápidamente y tan de buen grado que parecía haber sido deseada desde el comienzo por ella. Ambos se enfrascaban en sus respectivas pantallitas, sonreían, fruncían a veces el ceño, tecleban con el pulgar de una mano mientras con la otra se llevaban la taza o la tostada a la boca.
Pero aquella mañana ella no había encendido su móvil. Ni él tampoco. Y se miraban a los ojos, de forma tranquila, concienzuda, triste quizá. Ella esbozó una sonrisa corta. La de él se quedó a medias. Un observador muy atento quizá habría notado que el rimmel del ojo derecho de la mujer se había desplazado mínimamente.
Ella se levantó y salió diciéndole que tengas buena mañana, cariño. La vio cerrar la puerta, admirando su perfecto contorneo de caderas obligado por los zapatos de tacón. Cerró brevemente los ojos y pensó que era una forma inusual de decirse adiós, para siempre.
Ya en su consulta, con el bloc de notas en la mano, oyó decir a su primer paciente, tumbado en el diván: 'Mi matrimonio hace aguas, doctor.'

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