lunes, 13 de junio de 2016

Había seguido los pasos del suicida perfecto:testamento, reparto de sus bienes más preciados entre los hijos, se había despedido íntimamente de su mujer y había dejado la oportuna nota autoinculpatoria. Nadie había percibido nada.
Cuando le dio la patada al taburete, nunca pensó en que daría con sus huesos en el suelo. Debería haber comprado la cuerda en una tienda especializada y no en un establecimiento regentado por chinos.
Faltaban muchas horas para que todos volvieran al hogar. Tampoco se darían cuenta. Para entonces habría desaparecido la leve marca en el cuello.

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