jueves, 25 de enero de 2018

DIÁLOGOS
No todos los días se habla con un muerto. De hecho, nunca se habla con un muerto. Pero, lo cierto es que yo, con réplicas deslabazadas, y a destiempo -como quiera que se pueda conseguir en esas dimensiones tan diferentes- acababa de hacerlo. Y no me había dicho cualquier cosa en la cafetería, distrayéndome de la historia que estaba escribiendo en mi cuaderno. Durante un rato me quedé absorto, mirando a través de la puerta vidriada a los transeúntes, pero los gestos desaprobatorios del camarero en aquel lugar "de clase" ante alguien que, como yo, habría parecido un loco hablando solo, me convencieron para pedir la cuenta y salir de allí. Dejé que mis pasos me llevaran por la avenida que desembocaba en el río y en el puente. ¿Explicaría eso la física cuántica? La sospecha de ser víctima de mi incipiente bipolaridad se desvanecieron cuando recordé los detalles pormenorizados con los que, clavando sus ojos tristes, más o menos los que les adjudicamos a los difuntos,había iluistrado sus encuentros íntimos con mi mujer. La paz con lo que lo decía, mirando también a los transeúntes tras la puerta del establecimiento, me liberó de toda animosidad hacia ella, y hacía él
Cuando llegué a la orilla del río, absorto y sin alma, me topé con las luces estroboscópicas de los coches de policía. También había dos camionetas de bomberos y una ambulancia. Estaban sacando del agua un cadáver rodeado de patos. La gente decía que se había suicidado.

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